Al gobierno de Ada Colau no le gusta el zoo de Barcelona. Piensa que es un equipamiento obsoleto, un entretenimiento de otros tiempos, un parque de atracciones con
poco sentido científico, pedagógico y social. Sus portavoces lo
explican de un modo más diplomático, pero entre líneas se entiende todo.
Todo apunta a que reducirán su número de especies, cambiarán su
relación con las escuelas, nunca levantarán el nuevo delfinario de diez
millones de euros... Están frenando el ambicioso plan estratégico del
Consistorio anterior, montando unos grupos de trabajo formados por
expertos, activistas y políticos para diseñar las líneas del nuevo
modelo del centenario equipamiento. Algunos piensan que les gustaría
desmantelarlo, pero que no se atreven a cerrar un rincón incrustado en
la memoria de tantos ciudadanos, que prefieren dejarlo languidecer.
“No cerraremos el zoo –dice la teniente de alcalde Janet
Sanz–, y estamos realizando las inversiones ya previstas para garantizar
el bienestar de los animales y el mantenimiento de la instalación. Pero
queremos un zoo que vaya más allá de la exhibición. Eso es lo que se
hacía en el colonialismo. Queremos un zoo con sentido ecológico, que no
se rija, como vino haciendo, por criterios principalmente
mercantilistas”. En el 2013 el zoo incorporó 24 especies a su colección.
Sus máquinas expendedoras venden botellines de refrescos a tres euros y
medio. Y la megafonía recuerda a cada rato la rica oferta gastronómica y
la tienda de regalos.
“El zoo tiene más de 300 especies
–sigue Sanz–, pero no sabemos por qué, ¿sólo para mirarlos? Apostamos
por un zoo que ayude a la naturaleza, que priorice la reproducción y la
reintroducción de especies en su hábitat y que cumpla una función
pedagógica. Los animales transmiten grandes valores a los niños. Pero el
zoo no puede ser un entretenimiento más, que los niños salgan diciendo
que vieron un mono gracioso. Han de saber qué mono es, por qué está
aquí, cuál es su futuro… si acaso está en Barcelona porque su hábitat
está amenazado por una guerra. A fin de año tomaremos una decisión
definitiva sobre el delfinario, y en tres meses tendremos una nueva hoja
de ruta para todo el zoo. Los cambios se perfilarán el 2017, y se
realizarán este mandato”.
Los ediles de BComú no son los únicos que piden
otro
modelo de zoo. “No nos gusta que el zoo sea un escaparate de animales
–dice Jordi Coronas, de ERC–. Es un modelo del XIX. Queremos más
educación e investigación. Ahora el zoo no atrae a los chavales de entre
siete y 15 años. Nos parecen muy interesante las propuestas de reducir
el número de animales, de usar más las nuevas tecnologías, de fortalecer
la cooperación con los países de origen y de potenciar la
reintroducción de las especies. Y por supuesto queremos una Barcelona
sin cetáceos en cautividad. Pero no nos gustan las maneras del gobierno.
La transformación del zoo es un proceso de 20 años que requiere de un
amplio acuerdo de ciudad”
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